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STAR WARS o breve historia de la hermosa decadencia del cine

  • Alejandro Sánchez
  • 1 feb 2016
  • 9 Min. de lectura

Esta es una pequeña historia y reflexión sobre la situación actual del cine, llena de incertidumbres y alguno que otro pensamiento pesimista, a partir de la saga de películas de Star Wars, llegando al (no tan) recién estrenado Episodio VII y a la comprensión de que, de vez en cuando, un poco de decadencia no hace daño.


Y la historia va algo así:


EPISODIO I

Hace no mucho tiempo, en una ciudad muy, muy cercana, empezaron a congregarse los hombres de negocios y los visionarios de la época para crear algo hasta la fecha jamás visto: una maquinaria tecnológica, tan vasta y poderosa, capaz de concentrar el poder de la imaginación para poner al planeta entero de rodillas de un solo disparo.


Así nació el complejo industrial de la producción cinematográfica en Hollywood. En los últimos suspiros de la Primera Guerra Mundial, después de tomar impulso sirviendo de canal de difusión de la propaganda de tiempo de guerra, la industria del cine se consolidó alrededor del valle de Los Ángeles, California, construyendo los primeros estudios cinematográficos. Inmensas edificaciones adecuadas para un solo propósito: producir, producir y producir. (Bang! Bang! Bang!) Europa, y el mundo, acababa de firmar un cese al fuego; pero desde entonces, Hollywood no ha dejado de disparar.


Antes de esto, el cine era una cuestión rara; perdido entre los mares de la etnografía y la poesía visual. Luego algo hizo click, y la literatura se unió a la fiesta. Las producciones empezaron a cobrar forma narrativa, a crear tramas, a contar historias. La imaginación se abrió paso a nuevos territorios y proclamó su séptimo reino.


Pero aquí la historia se torna rara de nuevo (otra forma distinta de rareza). El mundo entró en guerra, y la realidad que conocíamos se desmoronó. El día a día se transformó en algo extraño. La mente de las personas se encontraban ocupadas constantemente con ideas y pensamientos que nunca habían tenido. Ya no se trabajaba para vivir bien, se hacía para sobrevivir, para asegurar la victoria sobre el otro bando. Todo lo que se realizaba, de la noche a la mañana, se convirtió en un esfuerzo para ganar la guerra. Si trabajabas en la fábrica produciendo acero, estabas ayudando a los soldados en el frente; si ahorrabas comida estabas fortaleciendo a la nación para seguir adelante en la pelea; si hacías cine, lo hacías para ganar. Sin olvidar, claro, la movilización en masa de los reclutas. Pueblos se quedaron sin hombres; hombres se quedaron sin pueblos.


El arte no fue capaz de abstraerse a una convulsión de tal magnitud. El teatro se desconcertó; anclado mayormente en su corriente realista, la confusión reinó al tergiversarse la realidad misma. De pronto, un vacío. Los productores magnates afilaron el diente, y concentraron su recién descubierta fuerza (oscura) de propagación cultural, asistidos tanto en fondos como en adelantos tecnológicos por los gobiernos para fungir como herramienta ideológica en pos del esfuerzo de guerra, para colocar a la cinematografía en el centro del escenario.


La guerra terminó, y el letrero de "Hollywood" se plantó sobre la colina más alta del (séptimo) reino. Fue en verdad una época gloriosa. La historia de Estados Unidos (y del mundo) no habría sido la misma sin el glamur hollywoodense de la década de los 30. Pero lo que había iniciado como un bailable coqueto entre la literatura y la cinematografía, poco a poco se fue tornando en una danza macabra que seguiría hasta sus últimas consecuencias.



EPISODIO II


El nacimiento de Hollywood puede considerarse como una singularidad en la historia del arte. (Relatan algunos testigos que en el momento de su concepción se llegó a sentir un tremor en la fuerza.) Si tomamos las cavernas paleolíticas como lugar de nacimiento de la pintura, y las antiguas fogatas tribales como el de la literatura, entonces pueden apreciarse claramente las peculiaridades que rodean la creación de la cinematografía. Prácticamente desde sus inicios, esta forma naciente del arte fue encauzada por la industria, y meticulosamente elaborada y evaluada por lo que podía alcanzar en términos económicos e ideológicos.


Claro que ha habido obras maestras; verdaderas obras de arte. Siempre las ha habido, y (¿)siempre las habrá(?). Pero éstas se encuentran destinadas por y para fines de lucro. Si bien no del realizador, sí de aquél que pone el dinero para su producción. Es muy interesante cuando el que pone el dinero lo hace con el valor artístico en mente, pero esta mas bien es la excepción y no la regla.


En este punto dejamos la guerra mundial, y nos adentramos en la guerra de las galaxias. En la década de los 70, cuando las primeras películas de Star Wars fueron hechas, la industria cinematográfica era algo distinta a lo que es ahora. Por lo tanto, la saga de Star Wars era algo ajeno y extraño para ella. Principalmente porque se trataba de una saga; es decir, de una historia épica que abarcaba una gran cantidad de eventos en grandes lapsos de tiempo (sí, de tiempo), y que, por su longitud, se publicaba en varias entregas (Episodio I, II, III…). Este formato de entregas era bastante peculiar; se trataba de películas inesperadamente esperadas. En otras palabras, por primera vez en la historia del cine existía el conocimiento, y la expectativa, de una producción a futuro. Sagas como Planet of the apes, Rocky y la misma Star Wars, empezaron a revolucionar la manera en la que la industria producía y la gente consumía cine.


Pero entre ellas, Star Wars merece una mención honorífica porque desde sus inicios abrazó este formato con orgullo. George Lucas concibió Star Wars como una saga, e hizo de ello su grito de guerra. Allí estaba en pantalla, anunciándonos descaradamente que esta maravillosa historia de ciencia ficción era el episodio 4; no el primero, no el único, sino el cuarto. No importaba siquiera que las demás no llegaran a realizarse (era algo muy raro en aquél entonces), si Star Wars llegara a morir en su primer entrega, moriría con una sonrisa a sabiendas de que llegó a decirle al mundo: "Hay algo más que no te estoy contando. Si me quieres, ven por mí". La historia ya estaba escrita. El universo entero aguardaba. El mapa se había trazado; ya sólo faltaba seguirlo.


Desde un inicio había inicio. Desde un inicio había final.

Y luego, los tiempos cambiaron.



EPISODIO III


Los milenios dieron vuelta de hoja, y ahora, en este esplendoroso nuevo comienzo, en este recuento del cero al mil, la industria cinematográfica ha captado muy bien el zeitgeist (pos)moderno.


En un mundo en donde lo que se repite reconforta; en donde la Historia se ha quedado atascada; en donde el futuro es lo de hoy (y siempre es hoy); en donde las series de televisión, que han cobrado tanta o más fuerza que el cine, nos han acostumbrado a volver una y otra vez a los mismos ambientes con los mismos personajes; en fin, en un mundo que no avanza, la novedad ya es cosa del pasado.


La industria cinematográfica, que se armó de la literatura para abrirse paso, se ha cansado y ha dejado que ésta por sí sola lleve la batuta. Infinidad de libros se convierten en películas, y el cine ha pasado a escribir casi nada. Y lo que llega a escribir lo repite y lo repite, hasta llegar a la Era de Hielo 2, hasta llegar a la Era de Hielo 3, hasta llegar a la Era de Hielo 4… Lo nuevo es riesgoso. ¿Para qué hacer todo el trabajo de escribir una historia nueva con personajes nuevos que puede o no puede ser un éxito, cuando es mucho más fácil y efectivo utilizar una plantilla ya probada y comprobada que se ha ganado el cariño (y el dinero) del público? Las series se hacen películas; las películas se hacen series. Simplemente un cambio aquí, un retoque allá, y ¡vamos por ellos!


Lo que es más preocupante aun es que infinidad de libros se escriben con la única esperanza de que se conviertan en películas. De hecho, hay libros que solamente son publicados ya que los derechos cinematográficos han sido vendidos. Con tanto baile entre la literatura y la cinematografía, aquélla se ha ido olvidando de cómo bailar sola. Y así crece una generación que tan solo toma el libro hasta que se entera que llegará próximamente a una sala cercana a ella.


El escritor ahora es un ente con diez cabezas, sin nombre, sin pasado, sin historia. Lo cual no es en sí algo malo, simplemente es algo… raro. Hubo un tiempo en donde el autor no existía porque la obra era la importante, no él. No había firma debajo del cuadro, no se decía su nombre al terminar la historia. Tal vez hemos tomado una ruta larga de regreso a ello. Claro que todavía existen los créditos, pero admitámoslo, ¿a quién le importa cómo se llaman las ocho personas que escribieron la Era de Hielo?


Hay, además, un simple cambio que lo dice todo. Ya no se habla de sagas, ahora se habla de franquicias. Igual que un equipo de fútbol americano o un restaurante.


El escritor Alan Moore, creador de novelas gráficas como Watchmen y V for Vendetta, ha llegado incluso al punto de declarar a la literatura muerta. Para él la originalidad ha sido sofocada en la cultura moderna. Las historias son reemplazadas por franquicias. Estas son escritas, re-escritas y co-escritas por un desfile interminable de personas. Lo esencial se torna innecesario; y la expansión, indispensable. La sombra de la infinidad se posa sobre nosotros.


Y entonces llega Star Wars, mejor dicho, la recién adquirida franquicia de Star Wars. Después de décadas de conocer el final de la historia, y tener que esperar bastante por ver el principio, nos topamos con el hecho de que ese no era el final. La aventura continúa, si bien con nuevos escritores, en el universo que conocemos y extrañamos.


Debo admitir que tuve sentimientos conflictivos al enterarme de que habría nuevas entregas de la saga. Por un lado, la expectativa de volver a ese mundo que me ha maravillado desde niño me emocionaba un poco. Por el otro, el saber que esta nueva historia no formaba parte de la concepción original; que era una creación fanática al igual que los demás anexos no canon que han sido publicados, con la excepción de que ésta sí es legítima por el simple hecho de haber comprado los derechos, me hacía mucho ruido.


Llegó el día y fui a ver la película, y lo que ésta me enseñó es que esta cuestión de reiterar las cosas, de reciclar historias y personajes, de volver siempre a los mismo lugares… realmente no es tan malo. De hecho, es bastante grandioso si se hace con respeto y genuino interés. Es desde este lado (luminoso) de donde debe venir cualquier intento por hacer algo que valga la pena, aunque sea repetitivo y poco original. Es desde la memoria de donde debe basarse el nuevo creador, si es que ha llegado a conectar en algún momento con la historia, para recrear algo que tenga propósito y sentido. Tan sólo así puede equilibrarse (la fuerza oscura de) el mero interés monetario con (la fuerza luminosa de) el valor artístico.


Independientemente del tratamiento de la historia, de los personajes, de la dirección; en fin, independientemente de todo, me sentí en el universo de Star Wars de nuevo. Y no estoy diciendo que estos aspectos hayan sido malos, sino que, por más buenos que hayan sido, lo mejor que pudieron haber logrado es hacernos sentir eso otra vez.


El poder volver a aquellos lugares que te hacen sentir como cuando eras niño, o son capaces de emocionarte, o simplemente de hacerte sentir cómodo y a gusto, no es nada menos que mágico. Y para qué sirve la literatura si no es para traer un poco de magia a este mundo. Es verdad que probablemente contenga un poco la creación literaria original y nos acostumbre a una zona de confort cultural que atrofie nuestras sensibilidades artísticas, pero si se hace únicamente con aquello que valga la pena y no con cualquier cosa, podríamos alcanzar un punto de intercambio que permita ambas cosas. Vaya que estaría dispuesto a hacerlo si se tratara de darle nueva vida a películas o series perdidas como Firefly.


No sé si estamos condenados a una cultura de consumismo repetitivo, donde nada nuevo sea creado, o se haga a cuenta gotas. Tal vez la cosa sea un poco como las adicciones, donde la cuestión es saber cuándo parar. Escribo esto último de manera un tanto alarmante, al ver que se avecina una nueva entrega de Era de Hielo, pero luego echo una ojeada al tentativo calendario de producción de las siguientes entregas de Star Wars, y me tranquilizo un poco. Supongo que es como dicen los sabios: si vas a pecar, más te vale que sea por algo bueno.


Tal vez la literatura haya muerto, el cine esté en crisis y no nos quede nada en el horizonte mas que una decadencia cultural de devastadoras proporciones. Tal vez no. Pero si en verdad ha muerto, mínimo hay que divertirnos en serio en el funeral.



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