The Revenant, y el deseo de algo más
- Alejandro Sánchez
- 22 feb 2016
- 7 Min. de lectura
The Revenant es una película simplemente hermosa. Esto lo digo en el sentido de que estamos ante una verdadera obra de arte estética. La fotografía es impecable; los encuadres hacen del bosque compañero y villano; la iluminación natural le da una vida refrescante que generalmente muere en pantalla. Pero también lo digo en el sentido de que la película, al final del día (cuando cae la luz), resulta demasiado simple.
Iñárritu recientemente ha salido a defender la película, diciendo que no se trata solamente de la fotografía. O más que defender, diríase que a dirigir la atención del espectador más allá de ésta. Y verdaderamente, no se trata únicamente de la asombrosa habilidad de Lubezki; hay una infinidad de elementos que interactúan para conformar la obra audiovisual. Simplemente resulta que éstos no son tan buenos como la fotografía.

La historia en sí es bastante sencilla: un hombre dado por muerto es abandonado en el bosque y sobrevive para buscar vengar la muerte de su hijo. Ahora bien, uno no puede quejarse por la sencillez de una historia. Esto se entiende, la historia es la historia, y no hay más. Excepto que en este caso fácilmente pudo haber más, mucho más. Hay ciertos elementos de la historia que apuntalan el camino a un territorio que se dejó sin explorar.
Tomar de contexto un punto crucial en la historia de la humanidad, uno de esos momentos en el que el hombre (y la mujer, para que no se me acuse de discriminación) como sociedad llegaba al borde del abismo y se observaba a sí mismo a través del tiempo, tratando de encontrar su lugar en este mundo sacudido por medio de la sangre, el fuego y las cenizas, y que aun así la historia se sienta como si no estuviera sostenida por un fondo sólido, dice mucho acerca de lo que pudo haber sido.
Los conflictos violentos de una sociedad occidental consigo misma (franceses, norteamericanos…) y con las sociedades milenarias nativas, en circunstancias que obligaban a cuestionarse todo sobre sí y sobre todo lo demás, con ramificaciones geopolíticas y culturales que llegaron a ser el cimiento de lo que ahora conocemos como América, pudo haber hecho de un hombre abandonado en el bosque, un hombre abandonado en el mundo. Pudo haber ampliado la escala de la película a niveles gigantescos.
El tener pilares tan grandes y poner tan poco sobre ellos (eso sí, posicionado elegantemente), sólo hace que se sienta aún más la carencia. La historia tal como se presenta en la película se siente diluida, muy estrecha. Citando a un maestro de la literatura, se siente como mantequilla untada sobre demasiado pan.
La alegoría en conjunción con el lenguaje visual es nada menos que sublime. Las imágenes nos hablan mucho en una película en la que las palabras escasean. Se nos trata de hacer oír al bosque, a la naturaleza, en contrapunto con el elemento humano. Y esto debe ser apreciado, mas no debe pasarse por alto que el resultado es una película hermosa, pero simple. Muy brillante, pero muy pequeña.
Esto sucede también, en general, con los personajes. En ciertos momentos se presentan muy simples, faltos de complejidad. Muy devotos a sí mismos, con una claridad de intención un poco caricaturizada. Casi no se mostraron dudas, sombras, contradicciones, ese "diablillo perverso" que tanto le gustaba a Poe recordarnos que es algo fundamental en el ser humano.
En este sentido, el personaje mejor trabajado es el de Fitzgerald, pues se muestra en ocasiones claroscuro, exponiendo algunos esbozos luminosos de lo que lo ha hecho esta persona despiadada, y a la vez dejando entrever un mínimo conflicto interno, un recoveco donde la penumbra puede crecer a placer y nuestra intriga junto con ella.
En cuanto a Hugh Glass, nunca hubo un momento de prueba para él; una situación en la que se sondeara su voluntad al verse obligado a demostrar hasta dónde sería capaz de llegar para conseguir su venganza, en el que pusiera en la línea lo que estuviera dispuesto a sacrificar fuera de sí mismo (puesto que está dado por sentado que todo su ser se ha transformado ante sus ojos en algo prescindible). Ese momento cuando su lucha y su convicción se desbordara para salpicarlo todo a su alrededor, cuando su conflicto tocara la vida de personas inocentes y tuviera que elegir entre su moral y la ética de su misión, pudo haber sido una oda a la destrucción.
Con todo lo que le sucedió a Glass (el perder a un hijo, las heridas, las caídas, el frío, el hambre, la soledad, el ser casi devorado por un oso), y jamás lo vimos roto. Ese miedo que se mete en ti y en mí cuando las cosas se vuelven reales, jamás entró en él. Nunca fue nada menos que perfecto. Nunca fue uno de nosotros.
La trama subordinada del rescate de la mujer nativa raptada por los franceses hace eco de la búsqueda de Hugh Glass, que si bien va en un sentido contrario (busca vida en vez de muerte; en compañía en vez de soledad), nunca explota realmente. Está allí tapando huecos, no redondeando la trama en un sentido significativo para la conclusión de la historia.
Hay potenciales conflictos que no se desarrollan; y está bien, no se puede acusar al realizador si esa fue su intención. No se puede decir que esté mal. Aunque en lo personal me hubiera gustado que se desarrollaran, que tejieran un patrón más complejo dentro de la historia. Me parece al final que le ha faltado algo. Tal vez bastante.
Un factor específico que me hubiera encantado que explorara más es la confrontación con lo real por parte del personaje principal. Sí vemos la naturaleza en todo su esplendor, tanto en lo violento como en lo pacífico, pero lo natural no es lo real. Se queda corto, para mi gusto, no atravesando a lo real, a ese aspecto terrorífico y horrible de ser desnudado de toda humanidad. Nos muestra la carne cruda, nos muestra las vísceras, pero se ven tan naturalmente hermosas que se pierde todo su efecto confrontativo.
Los descansos visuales entre escena y escena son de una naturaleza (en todos sus sentidos) sublime, son realmente hermosos. Pero no se sienten embonar con el fluir del resto, por lo menos no del todo. Su uso aparenta ser muy sistemático, y esto los hace fungir más como separaciones, como si enmarcaran el final y el comienzo de otro capítulo, lo cual ralentiza el ritmo de la historia y los hace flotar por encima de ella. Sería un interesante experimento extraer estos descansos y observarlos por sí solos.
Me hubiera gustado que estuvieran integrados de una manera más orgánica, más implicados en una lírica visual, tal como sucede con la elipsis de la bocanada de Glass (que nos alcanza a "tocar"), a las nubes sobre las montañas, al humo de la pipa de Fitzgerald. Esa era la fórmula de la belleza de la poética visual de la película, lástima que sólo sucedió así una sola vez.
Aun así, no es que la trama sufra por la inclusión de estos descansos visuales, sino que éstos le ayudaron a cubrir un poco sus carencias. Lo cierto es que la trama es muy escueta. Todos los adornos que encontramos en el tratamiento visual de la película, no están por ninguna parte en cuestión de la trama. Es directa, seca, al punto, y deja mucho que desear. Los flashbacks y las ensoñaciones hacen mucho para darle un poco más de profundidad a la trama, pero no es suficiente.
En momentos parece que la historia se estanca. La bruma cubre lentamente el terreno, y cae la pesadumbre. Entonces llegan los descansos visuales, los gran angulares, los encuadres preciosos, y la ligereza invade las piernas. Poco a poco la película vuelve a andar. Y la cosa es que la fotografía no debería llevar hacia adelante a la película; su trabajo es asistirla, no cargarla. Es verdad que tampoco llega a sentirse tan pesada como para abandonarla en el bosque como a Hugh Glass, pero no debería experimentarse así.
Dejando a un lado la adulación para un trabajo ciertamente hermoso, la cual ha recibido por todos lados (de manera merecida), pienso que ya viene siendo hora de exigirle algo más a Alejandro González Iñárritu y a su equipo de colaboradores; algo que no sólo sea brillante, sino grandioso, algo que sea realmente monumental. No porque sea malo lo que han hecho, sino precisamente por lo contrario. Si es verdad que son uno de los mejores equipos de producción del momento (y yo sí lo creo), es tiempo de arriesgar.
Esta era su oportunidad de hacer la Gran Obra, aquella a la que la gente apuntaría en 30 años y diría: "¿Viste eso? Eso es lo que tenemos que lograr. Eso es lo que debería estar haciendo el cine, porque todos sabemos que en todo este tiempo no hemos vuelto a ver algo así".
Su propuesta se observa aquí y allá, como en las tomas de la mujer flotante, reminiscentes de Tarkovsky, que le insuflaron un aire distinto a la película, pero es muy poco todavía. Necesita desangrarse por completo, derramar hasta la última gota de esa sangre mágica que da vida a la obra muerta.
Es hora de que veamos a un Iñárritu mayor, con una ambición desbordante, que no se quede corto de hacer la obra que marque para siempre estas décadas en la historia del cine. Que se comprometa moralmente con su revolución y que muera con ella.
Deseo algo más de Iñárritu. Y tal vez estoy pidiendo demasiado; más bien, sé que estoy pidiendo demasiado. Pero qué le puedo hacer. A fin de cuentas, soy mexicano; y yo creo que sí se puede. Si alguien puede, es él.

ALEJANDRO SÁNCHEZ es tijuanense de pensamiento, palabra, obra y omisión; ha sido agraciado al no existir en el centro del universo. Sobrevivió a la Universidad Autónoma de Baja California, egresando más social y más humano. Aficionado de todo aquello que haga perder el tiempo. Ha leído cosas interesantes, y escrito cosas sin importancia. Espera ansiosamente el advenimiento de los cyborgs.
Commentaires