Formas de vivir Tijuana según el cine actual (Primera Parte)
- Viviana Gómez
- 29 jul 2016
- 5 Min. de lectura
La ciudad es de quien la vive. En las películas realizadas en Tijuana la experiencia de vivir el espacio es tanto el punto de encuentro como de diferencias. ¿Cuáles son los lugares frecuentados por sus personajes? ¿En qué tiempo? La mirada de dos realizadores tijuanenses y la de un ocasional visitante que se dice enamorado de la ciudad, son el tema que ocupa este texto; ¿Qué piden estos directores a sus actrices, actores y equipo de producción? ¿Qué devuelven a la ciudad?
En Workers (2013), largometraje del salvadoreño Jose Luis Valle, la mayoría de las escenas son controladas, iluminadas, en espacios poco frecuentados; casi aislados del ruido característico de la ciudad. Tal es el caso de los lugares a los que acude Rafael Heredia (Jesús Padilla, un hombre que se prepara para jubilarse): La zapatería BBB, la ferretería Fara -también visitada por la segunda protagonista, - y el parque Teniente Guerrero, ubicados en el centro de la ciudad, así como un prostíbulo de la zona norte, cuyo exterior es grabado durante largo tiempo, en un plano general fijo que captura las actividades de la zona en el atardecer, en una aparente puesta en escena con bits (personajes cuyo hablar es inaudible), desde la calle de enfrente.

Además de acudir a hacer compras al Centro y pedir la compañía de una chica (que comienza a frecuentar), Rafael utiliza el transporte público para ir a otro de sus espacios de esparcimiento, Playas de Tijuana en un camión de la línea “Azul y Blanco” que recorre la carretera contigua a la frontera. Asimismo, aborda una de esas reliquias llamadas Calafias para trasladarse hacia la maquiladora holandesa -de interiores luminosos, pulcros y callados- donde trabaja, en el parque industrial de Otay. Una casa rodante e inmóvil, localizada en un terreno árido en algún punto de la periferia, sin familia, sin mascotas y en aparente orden, se muestra como su espacio íntimo.

En el caso de Lidia (Susana Salazar), el espacio personal es una habitación pequeña y gris, ubicada en el lugar más apartado de una enorme residencia frente al mar. Se trata de la mujer que limpia y atiende las necesidades de la propietaria del lujoso recinto níveo, misma que lleva de paseo cada tarde a la galgo llamada Princesa, en un Volkswagen conducido por otro de los trabajadores de la también madre de un narcotraficante. En dichos recorridos, las espectadoras podrán reconocer concurridas calles de Playas de Tijuana y otras colonias de la delegación donde el lujo se desvanece y hace polvo, en escenas estilo road trip que nos recuerdan a las películas Historias de Lisboa (1994) y Bajo California: el límite del tiempo (1998), regidas más por una continuidad rica en imágenes, que por la contigüidad de avenidas y carreteras de la vida real.

La visita de Lidia a un panteón municipal, para cobrar cuota a quien en vida dañó a su compañera de servicio, Elisa (Barbara Perrin Rivemar), provocará un escándalo que será transmitido en un espacio mediático por dos presentadores modelo, con numerosos adjetivos y una disfrazada objetividad en un noticiero televisivo, mientras los trabajadores y trabajadoras de la residencia toman el desayuno en la cocina; poco antes de su reunión en un cementerio de primera clase en otro lado de la ciudad.
"Creo que el silencio está lleno de energía" afirma el director de la película José Luis Valle, egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, escuela de la que hereda la inclinación por crear escenas que a través de la ausencia de acción -en los términos de cierta narrativa hollywoodense- y con un sonido minimal, aluden a la profundidad de sus personajes, como es el caso del cortometraje Los Silencios (2014) de Gastón Andrade y la película La Tirisia (2014) de Jorge Pérez Solano, ambos formados en la misma casa de estudios, así como de la coproducción Güeros (2015) de Alonso Ruiz Palacios.
El tiempo muerto de la ciudad toma lugar en Workers para "desmentir la leyenda negra de Tijuana, como este lugar de perdición, horrible de narcoviolencia (...) yo no pretendo que eso no existe, pero sin duda alguna no es la única realidad", de acuerdo al realizador que no solo vivió la ciudad sino que trasladó su experiencia a las características estéticas del largometraje, el cual apuesta por la complicidad de los espectadores en atmósferas contemplativas... con el riesgo de perderlos de la sala de proyección.
El tamaño de cuadro en que se proyecta esta película, así como el ritmo del montaje capturan a Tijuana con una aura distinta a la del imaginario mediático, donde por lo general se presenta nocturna, acelerada y ruda; con una composición que refleja armonía y estabilidad, los colores cálidos contrastan de manera lúdica con las pequeñas luchas de los protagonistas entrecruzadas en la narrativa.

Del enclaustramiento de los viejos al sin sentido de la vida nocturna juvenil
Tijuana también es una ciudad musical. El director José Paredes introdujo un amplio repertorio de grupos locales en la banda sonora de Amir (2015); alrededor de catorce canciones que resultaron sencillamente agotadoras para la que escribe, pues en lugar de crear una atmósfera punk al estilo de P3nd3jos (2013) de Raúl Perrone -una cumbia irreverente en tres actos-, cayó en una espiral melodramática, en la historia de un protagonista que vive en una burbuja.
Y esto sucede a pesar de que el personaje principal Amir (Jorge Guevara) parece habitar la ciudad. Como gran parte de los jóvenes, acude a la calle sexta y a los bares de la Zona Centro cuando las luces se encienden, los automovilistas comienzan a guiarse más por los caprichos de los alcoholizados peatones que por las indicaciones del semáforo y numerosas mujeres y hombres llenan las intersecciones de la avenida Revolución, para reunirse a beber y platicar, bailar o ir a una "tocada". Un bar con una pequeña tarima para las bandas así como la barra de bebidas, conforman el espacio más concurrido por Amir, el Bar Aragón.

Los espacios que visita dependen de un tiempo: del de una juventud limitada por un embarazo o de aquél que se vive libre de responsabilidades. Amir vive ambos, los correspondientes a cada una de las chicas de las que se dice enamorado, su novia Elizabeth (Tania Niebla), orillada a pasar los días en casa y Jeannette (Lirio Karina), vocalista de una banda que conoce poco antes de la noticia del embarazo, una chica con suficiente tiempo libre -y dinero- para salir a todas horas.

Ante la indeterminación de asumir su responsabilidad como futuro padre, sale de paseo con Jeanette al Pasaje Rodríguez así como al malecón de Playas de Tijuana, donde el cinefotógrafo Iván Gómez captura los ambientes concurridos del fin de semana, documentando una actividad característica de jóvenes y familias que viven incluso del otro lado de la ciudad.

El espacio íntimo, el departamento de Amir y la casa de Eli, tienen un aura de monotonía, de exteriores áridos y solitarios como se muestra en la escena donde Eli declara que está embarazada (Por el que una se pregunta, ¿dónde están los close-ups?), ausente de la reacción y gestos de Amir.
Con talento tijuanense, Paredes cuenta una historia que impone a priori un sentimiento, el de la incertidumbre - a través de la elección de la fotografía a blanco y negro, según el realizador -, así como por medio de un personaje que no evoluciona a pesar de sus problemas. Las actuaciones de la película son empáticas, sencillas y deja sentir cierta vibra de la gente de Tijuana, sin embargo, los diálogos no resaltan una experiencia significativa, son predecibles, y dejan una sensación de superficialidad, ¿será que la juventud de Tijuana vive en una burbuja?

VIVIANA GÓMEZ estudió la licenciatura en Comunicación en la Universidad Autónoma de Baja California y fue alumna de intercambio en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM. "Por mis textos hablará mi espíritu (Hasta que una cámara lo haga)".
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