top of page
Justin Moreno

Justin Moreno

Ricardo Silva

Ricardo Silva

Péndulo Cero

Péndulo Cero

Libre Gutiérrez

Libre Gutiérrez

Anado McLauchlin

Anado McLauchlin

Guillermo Sánchez

Guillermo Sánchez

Búsqueda por Tag
Buscar

[CUENTO] Mira su mandil

  • Daniel Robledo
  • 6 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

Mira su mandil: Aún tiene el agujero que la estufa atravesó hace más de un año. Prometió comprarse uno nuevo, pero desiste cuando se dice: “la presentación de un panadero en sus cuarenta y tantos que apenas recibe pedidos no es tan importante.” Timbró el teléfono.

—Buenos días, quisiera pedirle tres órdenes de pan de higo, por favor. —Por supuesto, ¿serán para alguna ocasión especial, algún cumpleaños? —En este caso no, señor, no es cumpleaños de nadie. Es mi sobrino, se gradúa de la escuela de Leyes, será un buen abogado. —Ya veo. Afortunadamente ha marcado temprano. Para el pan ¿desea algún tejido en especial? —Gracias, pero no, nada en particular, algo sencillo. ¿A qué hora puedo pasar por ellos? —¿Le parece a las ocho de la noche? —Ahí estaré, muchas gracias.

Cuando ella colgó, el panadero, recordando su voz intentaba imaginar su rostro. Fue inútil.

Antes de comenzar la receta decidió salir para comprarse un mandil nuevo. A punto de cerrar su panadería vio la manzana oscurecida y arrugada que se recargaba en el marco de la ventana. "Es verdad, la niña, la trajo la hija de la vecina," se dijo. Quieto por casi medio minuto, como despertando, salió. Abrió y cerró la puerta que hizo sonar dos veces la pequeña campana.


Le gusta amasar el pan de levadura hasta sudar. Toda la receta en sus manos. "Madre, nos tenemos que ganar lo que nos han dado. Vida que requiere vida," pensó y olvidando esperar a que el pan se levante para meterlo al horno, salió de la cocina. Se limpió sin cuidado la harina con su mandil nuevo.


Fue al baño. Mientras orinaba se vio en el espejo, arriba del escusado. Se subió el cierre y se miró de cerca. Se miró de lejos. Fingía un rostro serio. Hoy no le molestó recordar que tiene un ojo más cerrado que el otro. Imaginaba que su verdadero ser estaba del otro lado del espejo. Este juego le daba descanso. Se sentó frente al escusado, vio su reflejo en el agua limpia y sintió algo de sed. Alberto recordó que antes deseaba viajar a tantos lugares, pero nunca pudo ahorrar. Heredó la panadería de su madre que murió hace un par de años, lo último que diseñó fueron las cajoneras de cuchillos. Él ahora solo desea salir adelante, terminar los pedidos.

Preocupado se levantó. Había pasado más de una hora sin que apenas lo notara. Fue a ver la masa que ligeramente se había desbordado, parecían pedazos de piel arrancada sobre su mesa de madera desgastada. Limpió el exceso con un trapo, “hubiera integrado eso extra, a lo mejor de ahí saldría un pequeño pan para mí” pensó con remordimiento.


Mientras dividía, estiraba y agregaba ingredientes, con la esquina de su ojo veía la manzana roja y arrugada. Una larva blanca se asomaba mientras pequeñas moscas volaban alrededor de la fruta. Volteó de lleno y no había ningún insecto, debió imaginarlo. Terminó los tres panes de higo. Se dio un baño. Utilizó las últimas gotas del perfume que su madre le regaló poco antes de casarse de nuevo y morir dos meses después. Esperó. Sonó el teléfono.

—Diga. —Hola, qué tal. Soy la mujer de los pasteles, perdón, panes de higo. Llegaré un poco tarde no se imagina lo terrible que es el tráfico, apenas puedo avanzar al siguiente semáforo. —No te preocupes. Aquí te espero.

El panadero salió a la banqueta. Encandilado por la luz intermitente de los carros que pasan para después dejarlo en la penumbra, entrecerró los ojos. Una poca de harina se elevaba por el viento arrastrada por los autos. Volteó a un lado y luego al otro. Regresó a la panadería. Al entrar buscó en varios cajones, abriendo y cerrando alacenas; sonrió mientras se pone su antiguo mandil con la pequeña quemadura circular. "Mejor ser yo mismo," se dijo. Salió de nuevo para sentir al aire enfriar su nariz. Entró. La pequeña campana. Se recarga sobre la pared y se desliza hasta quedar sentado en el piso, sin desearlo apagó la luz. No sabe dónde esperar. Sonó el teléfono.

—Qué tal. Soy yo de nuevo. —Ah, sí. ¿Cómo le va? —Bien. Este, acabo de llegar pero las luces están apagadas. ¿Ya cerró?

El panadero cuelga el teléfono. Rápidamente prende las luces, va por los tres panes, abre la puerta, la cierra, decide mejor regresar al mostrador. La pequeña campana suena: ahí está ella. Entra y sonríe con sus labios color carne. Antes de darle la orden, le da la mano y la embarra de harina. Ella se mira sus dedos espolvoreados de blanco y sonríe. Él se disculpa y la invita a enjuagarse. —Por favor —insistió. Le abre la llave y al mismo tiempo que el agua, sale una hilera de vapor. Ella mete las manos. —¡Ay! El panadero no recordaba que el agua estaba casi hirviendo. —Déjeme le traigo un trapo húmedo. Cuando ella lo usa se embarra de masa del pan de higo. —Estoy seguro que tengo servilletas limpias por aquí, —le dice mientras sale casi corriendo a buscarlas.

El panadero se tarda y ella se limpia con su falda roja. Voltea alrededor, toma un cuchillo y sale de la cocina. En el mostrador corta un pedazo de uno de los panes. "Está rico," piensa al probarlo mientras ve al panadero acercarse con un puño lleno de servilletas. Ella le vuelve a sonreír y después le llama la atención las pequeñas moscas que circundan y una larva que atraviesa una frágil, arrugada y oscurecida manzana.



DANIEL ROBLEDO es estudiante de Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Cuenta con diversos diplomados de creación por el CEART, INBA (2015) y por el Centro Cultural Tijuana (CECUT), INBA y Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, en 2016. Ha participado en numerosas mesas de creación literaria en UABC y CECUT, además de talleres de crítica de arte y filosofía contemporánea.

 
 
 

Comments


bottom of page